Poeta cintalapaneco.
Hijo de don Esteban Figueroa y doña Cecilia Esquinca; nació en la hacienda Santiago, del municipio de Cintalapa, el 4 de agosto de 1866 y murió el 7 de julio de 1899 en su lugar natal, cuando aún no cumplía los treinta y tres años de edad.
Medico cirujano graduado en la ciudad de Guatemala en 1893, recibió su título de manos del presidente de la República, quien le entregó también una medalla al mérito por su relevante tesis profesional.
Considerado como el “padre de la literatura chiapaneca”, tuvo el mérito de consolidar la idea literaria en el estado, sin embargo, no pudo trascender o aportar búsquedas nuevas dentro del movimiento literario del que participaba. Su presencia y personalidad influyeron notablemente en los escritores inmediatamente posteriores.
Sus primeros versos se publicaron en la revista Juventud Literaria de la ciudad de México, en 1888, y, posteriormente en El Mundo Ilustrado. Su libro Poesías fue publicado en 1896 en Ciudad Juárez, Chihuahua, y sus Poesías completas vieron la luz, postumamente, en la capital chiapaneca, en 1958.
Merecedora de excelentes críticas nacionales y extranjeras la poesía de Rodulfo Figueroa es una de las glorias de Chiapas, por eso sigue viviendo en el corazón de su pueblo y en la historia de la literatura.
Figueroa es de esos hombres que forjan su prestigio al amparo de la ciencia y del arte, su grandeza es netamente espiritual y tiene el perfume de los jardines líricos del terruño. Su deseo era morir y descansar en el lugar de su nacimiento y así lo hace sentir en uno de sus emotivos versos.
Fue sepultado en la iglesia del lugar, pero después fueron depositados sus restos en un monumento ubicado en la plaza pública de la ciudad de Cintalapa de Figueroa, la que orgullosamente lleva en su nombre el apellido del insigne poeta, luz del valle y gloria de Chiapas.
Sus obras: Olvido, Pequeños poemas en tres actos, Poesías, Lira Chiapaneca, Poesías Inéditas, y Poesías Completas.
La Zandunga
Cuando en la calma de la noche quieta
triste y doliente la zandunga gime,
un suspiro en mi pecho se reprime
y siento de llorar ansia secreta.
¡Cómo en notas sentidas interpreta
esta angustia infinita que me oprime!
¡El que escribió esa música sublime
fue un gran compositor y un gran poeta!
Cuando se llegue el suspirado día
en que con dedo compasivo y yerto
cierre por fin mis ojos la agonía,
la zandunga tocad, si no despierto
al quejoso rumor de la armonía,
¡dejadme descansar que estaré muerto!…