Por José Luis Castillejos Ambrocio
En estas últimas horas he recibido abrazos, expresiones de cariño, solidaridad, apoyo incondicional, frases de aliento. No sabes, sin embargo, el dolor que llevo como hombre, como padre, por dentro. No hay palabras para graficar un sentimiento, no hay espacio divino, oración que calme y me sosiegue. Siempre he defendido a la mujer, su lucha, le he escrito poesía, admirado su belleza, amado sus instantes y comparado su presencia en esta tierra como lo más mágico de la existencia.
Vengo de una mujer humilde, profundamente amorosa, humana. Ella me enseñó los primeros pasos, me dio el primer beso, me fundió en un abrazo y ese amor me ha llevado a respetar a las mujeres, a amar su trabajo, su entrega cotidiana y con palabras, trazos poéticos he intentado decirle lo mucho que las amo.
En las vísperas de la entrada de la primavera, cuando los árboles de Primavera iluminan las praderas con sus flores amarillas o rosadas, sufrimos lo inenarrable: mi menor hija, Viri, fue abusada, ultrajada, violada por un remedo de hombre. Quiso matarla. No pudo. Ella, una guerrera, luchadora se defendió mientras su agresor, Fred Muñoz Natarén, arremetía con una pesa de unos diez kilos contra su rostro, su cabeza, su cuerpo. Quiso arrebatarme a una de mis querencias. No pudo. No podrá. Nunca podrá mientras yo viva. Viri vive para contarlo. Otras mujeres no pueden contar la historia de saberse vivas. Otras murieron a manos de feminicidas.
No sabes cuánto duele. Duele el artero y cobarde ataque, duele la indiferencia de las autoridades, sonroja de vergüenza que el Congreso del Estado, la Secretaría de la Mujer de Chiapas, la Comisión de Derechos Humanos, el Gobierno, el DIF, la Secretaría de Equidad y Género del municipio de Tapachula, lugar donde ocurrieron los hechos, los organismos humanitarios, la iglesia, las universidades, los estudiantes no se pronuncien.
Si eres padre o si algún día lo fueras sentirás cómo mueres despacito. Cómo el duelo se ancla en tu alma, como se acortan tus esperanzas. Nunca como hoy he sentido el aprecio familiar, de miles de amigos de México, Centroamérica, Sudamérica, España. He tenido la fortuna de haber regado la semilla de la amistad que hoy germina con expresiones de aliento.
Hoy vino a verme mi primo Guillermo, un pescador, carpintero, promotor de las buenas causas y me trajo su palabra de aliento y me comunicó con otro amigo que desde Tuxtla me pidió no cometer alguna locura o venganza. Sobra decir que en mi corazón hay luto pero no anida el odio; hay dolor, pero amor a mi prójimo. Un periodista me preguntó que cuál sería mi actitud frente al potencial feminicida, me preguntó que si lo odiaba. Le dije que no. No era odio lo que sentía por él sino lástima por su familia, por sus padres que no supieron sembrar en él, el amor. Hoy Fred tendrá que pagar ante la justicia de los hombres y ante Dios por el daño que le profirió a mi menor hija.
Viri y mis otros hijos nunca han recibido un correazo, un golpe. Por eso me quedé anonadado, triste, estupefacto de que un desconocido viniera a masacrar lo que amo, lo que he construido con amor. No se vale. Tampoco se vale el olvido. No se vale que muchas mujeres sigan muriendo por el silencio de los padres, hermanos o amigos y porque el gobierno no haga nada para contener la violencia. No se vale que no se defienda a las mujeres por el qué dirán, por temor a la crítica, a las burlas de quienes no tuvieron la fortuna de haber nacido y ser amados en su niñez.
Quiero paz en mi familia, en mi corazón. No quiero la paz de los sepulcros. No quiero el silencio cobarde, no quiero quedarme callado, quiero elevar mi voz por los sin voz, mi voz por aquellas mujeres que murieron sin que nadie las defendiera. Ojalá alguien nos ayude. Ojalá alguien que tenga la capacidad de indignarse salga a las calles con pancartas, con mensajes en las redes sociales y ayude.
No sabes…No sabes lo que se siente arar en el desierto del silencio.
Realmente no lo sabes.
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